VIERNES SANTO 2024
Vemos a Cristo en su Pasión y podemos tener la tentación de pensar que eso ocurrió hace mucho tiempo. Es verdad que valoramos lo que hizo por nosotros, incluso hay compasión en nuestro interior. Pero, a pesar de todo, no deja de haber lejanía. Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a mirar a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Hoy la batalla sigue lidiándose ahí, con todo su dolor, con toda su fuerza. Cristo vuelve a vivir su Pasión en este mundo que le ha dado la espalda, en nuestro corazón que es indiferente, porque nuestro pecado sigue siendo hiriente, hasta las lágrimas que el Señor derrama por nosotros. No por los que creemos malos… Por ti y por mí.
¿Qué haremos, Dios mío? ¿Nos atreveremos a mirarte a los ojos? ¿Te miraremos de frente o torceremos la mirada? Los ojos de Jesús, a pesar de las afrentas, de los golpes, de los escupitajos, siguen siendo luces brillantes que marcan el camino. Mirarán al que traspasaron. Pon aliento en mí para que estos ojos míos quieran ver ese fuego de amor, que pone luz en un mundo de oscuridad y tinieblas. Quiero ver tu rostro, Dios y Señor mío. No me lo escondas. Que no desvíe la mirada donde no debo. Que no me deje atrapar por el mal, por el malo… Dame tu gracia, dame tu vida. Regálame el don de morir a mí mismo, para vivir para Ti. De verdad, sin teatro, con el corazón enamorado.
Eres hombre como yo, y en tu humanidad Santísima llevas hasta el extremo el sufrimiento. Sí, sufres como nadie ha sufrido ni sufrirá. Porque has querido cargar con todos nuestros males, con todos nuestros pecados. Has estado, estás y estarás reviviendo tu Pasión al lado de todo hombre.
1. El sufrimiento de tu cuerpo. No hay en Él parecer ni hermosura. Clavado en la cruz, herido por todas partes, no escondes nada, con toda tu desnudez nos hablas de transparencia, de no envolver en hojarasca, en vacío, la grandeza de nuestra humanidad. Tú, que eres el más bello de los hombres, ahora eres como un trapo sucio que repugna y nadie quiere tocar. Te robamos tu belleza, la hemos desfigurado, y hemos vuelto lo más sublime en trivial. El amor desvirtuado, convertido en una búsqueda de placer a toda costa. En una peregrinación constante por nuevas sensaciones, por la novedad de hacer lo que no se ha hecho antes. Es la carne, que se vende al mejor postor, a precio de indignidad. Y Tú, con ese cuerpo desfigurado, eres Rey majestuoso que reina desde la Cruz.
2. El sufrimiento de tus sentidos. Cuánto buscar donde no encontramos nada. Tantos afanes de protagonismos, de decir aquí estoy yo. Ese deseo por experimentar todo a costa de lo que sea, porque si no lo pruebas no puedes opinar. Y tragamos el veneno como si fuera una posibilidad más. ¡Qué afán por ser dueños y señores de todo, de tenerlo todo, de hacerlo todo! Dios mío, tratamos de establecer nosotros los límites entre el bien y el mal, y poco a poco acabamos convenciéndonos de que tampoco hay que distinguir mucho, porque buscamos que todo valga igual, en una libertad que no libera. Es el mundo que nos tiraniza, que trata de imponernos sus criterios. Pensamiento único. Y Tú, lleno de humildad, eres la Verdad auténtica, que saca de la esclavitud a todo hombre.
3. El sufrimiento de tu alma. Cuántas oscuridades, cuántas pobrezas, cuánta maldad que parece que fuera a dejar tocada toda la tierra. Y nosotros, que nos hacemos comparsas de todo ese mundo de oscuridades, de túneles que no parecen tener salida. ¿Por qué, si el Señor ha hecho una siembra de amor tan grande en nuestra alma, crece esa cizaña que nos deja frustrados, malheridos, sin capacidad de reacción? Porque seguimos dando vuelo a las tentaciones, y dialogamos con ellas. No nos puede extrañar que el miedo, la tristeza, el desaliento, el cansancio, la falta de ilusión anide en nosotros. Es el enemigo, el ladrón de nuestra alma, que abruma con el mal de dentro y de fuera. Y Tú, que siembras claridades regalándonos esa libertad verdadera, que libera del mal, del malo.
Señor, estoy avergonzado y apenas puedo levantar los ojos: has cargado con la Cruz, la mía, la de todos. Y clavas en ella, también hoy, ese caudal de negatividad que el enemigo quiere sembrar en mi interior. Tus palabras, desde lo alto del madero, son gritos de amor para que reaccionemos, para que te digamos: te quiero, te quiero mucho. Quiero estar al pie de la Cruz, con María, a la que me has dado como madre y, con ella, como hijo arrepentido, te recogeré en mis brazos. Gracias.