VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR. 2022
El mundo nos vende que no hay pecado, que no existe la culpa, que el hombre es libre y la libertad es lo que le hace verdadero. Pero se engaña. El hombre a solas consigo mismo siente su precariedad, nota que hay en él algo que no funciona y ve aparecer la frustración, la amargura. Tiene que inventarse cosas para tapar ese vacío, tiene que ir narcotizándose con las superficialidades que aumentan, más si cabe, su insatisfacción. Se duele, y sufre, sufre con un sufrimiento que es como una espada que parte el alma en dos. Juega a ser creador, a retar al Creador, poniéndose por encima de Él, tratando de relegarlo a ser nada. Con una arrogancia de ignorarlo, como si no existiera.
Mientras tanto, la imagen de Dios inscrita en el hombre, que lo constituye como persona, se va degradando hasta límites insospechados. A un engaño se suma otro engaño más: se dice que es posible, que no hay restricciones de ningún tipo, y el hombre reta a la creación, la vuelve del revés, quiere modelarse sin ninguna restricción, recomponiendo su cuerpo y tirando por la borda su alma. ¡Qué arrogantes somos, Dios mío! Olvidamos nuestra más profunda identidad, para tapar nuestra pobreza interior. Acabamos convertidos en pobres de solemnidad, porque prescindimos del amor, agarrándonos al clavo ardiente de deseos innobles, pretendiendo construir una vida que se cae en pedazos, porque no tiene consistencia. No lo permitas, Señor. Sin Ti no hay vida. Tú eres la vida.
Descubramos las mentiras del enemigo. No apartemos de nosotros el Bien, la Belleza, la Verdad, porque eso nos aparta de los demás y fomentamos la desunión, porque no aguantamos a los demás. Apostar por el bien sin ambigüedades. Somos personas libres porque así nos ha hecho Dios y no nos avergonzamos de ello. Somos hijos de Dios, recreados en Cristo. No nos perdamos, en medio de un mundo hostil. Existe un misterio de iniquidad, pero miremos la Cruz que da la victoria.
Claro que hay mal en el mundo, pero no nos puede derrotar. Fuera de nosotros ese llanto lleno de amargura, de desamor, a veces de rabia. Dios se deja clavar en la Cruz por ti y mor mi y nos hace descubrir hay también lágrimas positivas, porque no son de egoísmos, sino de entrega, no son de insatisfacción, sino de darnos cuenta de que no hemos estado a la altura y queremos entregar a Dios nuestro corazón roto para que el Señor lo recomponga.
1. ¿Por qué el mal? ¿Podemos acabar con él? Eso quisiéramos: acabar con el mal, con todas esas cosas negativas que derrotan al hombre, pero es un querer que se queda en la superficie. No llegamos hasta el final, nos asusta encontrarnos un fondo donde no hay nada. El mal no es solo un enemigo, es un efecto evidente de nuestros enemigos más claros, pero menos reconocidos: el mundo, el demonio, la carne. El malo que nos malea. No es algo ya superado. Nos esclaviza.
2. ¿Hay motivos para la esperanza? Es una pregunta dramática que quisiéramos responder. ¿Esto tiene solución? Claro que la tiene. Lo que pasa es que hemos querido conseguirla nosotros. Y solos no podemos. Es Jesús, el Hijo de Dios vivo el que ha venido a salvarnos. Es el único que puede deshacer esos nudos que lo están liando todo. Porque ante el egoísmo nos propone generosidad, ante las afrentas el bálsamo del perdón. Reconozcámoslo. Señor ayúdanos. Eres el Salvador.
3. Ante la borrachera del pecado, la irrupción de la gracia. Estamos sí, ebrios de nosotros mismos y vamos dando traspiés sin apenas sostenernos.
Se nos nubla la mente, se nos embota el corazón, y eso nos incapacita para la lucha. Parecemos derrotados antes de empezar a luchar. Pero miramos la Cruz y vemos en ella al crucificado. En ese aparente fracaso está la verdadera victoria. ¿Y qué tenemos que hacer? Rendirnos, decirle al Señor que nos perdone. Acogemos su salvación.
Señor, no quiero crucificarte de nuevo. No quiero contribuir con mi pobreza interior, con mi pecado a derramar tu sangre otra vez de nuevo. Porque eres el Todo, porque nos das todo lo positivo, y hoy queremos entrar en la dinámica de ese amor incondicional. No quiero decir aún ese no, no quiero hacer más lo me da la gana. Me pondré a tu disposición, Señor. Nunca más ofenderte.
Pidámosle a María que interceda por nosotros, ella que está al pie de la cruz. Nos enseñará que hay que ganarle la batalla al mal en nuestro corazón. Porque Cristo vence esta guerra sin cuartel.