VIGILIA PASCUAL 2024
Hemos vivido intensamente estos días de la Pasión del Señor. Lo hemos acompañado y hemos sentido con Él. Pero su entrega hasta morir cosido al madero, ese amor que nos salva, no se puede quedar anclado en la Cruz. Tampoco nuestra propia vida. Jesucristo, el Señor, no es un ejemplo hermoso, incluso heroico, de entrega por los demás. Podemos creer que la vida del cristiano es una vida donde se prima lo moral: hacer bien las cosas y evitar el pecado. Darle alas a lo bueno y renunciar a lo malo. Pero es algo mucho más grande: es vivir de Cristo, en Cristo y para Cristo.
¡Cristo ha resucitado! La gran noticia que traspasa la historia y nos da razones para la alegría, razones para la esperanza, razones para el amor. Y nos invita a vivir la Vida que Él nos ha conseguido, venciendo todo lo que esclaviza al hombre: destruyendo el sufrimiento y la propia muerte desde dentro. Una vida abundante que renueva nuestro interior. Jesús es dador de sentido, nos hace ver que una vida sin Dios es una vida vacía. Por eso hoy estalla nuestra alma de gozo. La victoria es de Cristo que no ha sido vencido por la muerte: Cristo vive, ha resucitado. Sí, en verdad ha resucitado.
La Vigilia Pascual es la celebración más hermosa del año: marca el itinerario de vida cristiana. Yo no me salvo a mí mismo. Me salva Jesús que, con su obediencia al Padre, ha devuelto al hombre su dignidad. El pecado ya no tiene el dominio sobre él. El diablo ha sido derrotado para siempre.
Hay en esta celebración tres momentos cruciales con tres signos: fuego, luz y agua.
1. Rito del fuego. Hemos encendido una hoguera, con ese fuego nuevo, amor ardiente de un Dios Padre que nos ama. Todo lo puede, domina el universo, todo está sometido bajo sus pies. Pero es, Padre lleno de ternura. Dios misericordia que quiere que nuestro corazón arda con esa llama que no debería apagarse nunca. Amor, Dios que ama, el amante. Tiende la mano al hombre para atraerlo hacia sí, y no se vuelve atrás en su amor. Nos recuerda que hemos de dejarnos arrebatar por él. Cuando sentimos la necesidad de comunicar lo que vivimos, no podemos perder de vista que lo transmitimos por contagio. Era la señal de identidad de los primeros cristianos: “mirad cómo se aman”. Mueve de verdad el corazón y lo enamora, lo llena de una ilusión entusiasmante. Y eso nos lleva a transmitir la fe no como algo frío, sino con el calor de una amistad que se hace confidencia.
2. Rito de la luz. De esa hoguera encendimos el Cirio Pascual. Dios Hijo, obediente al Padre que ilumina al hombre, perdido entre tinieblas después del pecado original. La luz que resplandece en un mundo de oscuridades. Una pequeña llama que se va extendiendo y da sentido: primero enamorados y después ese amor que madura. No basta con sentir el amor de Dios que enciende corazones, es preciso darle un contenido para que haya bases firmes con las que se camine por caminos seguros. La fuente que es Cristo nos dirige a la meta que es su Corazón. Jesús, Dios amado por el Padre. Su Palabra que nos muestra a Dios en su intimidad. Lo hace a través de una fe que es razonable, y muestra todo lleno de luz. Las lecturas del A. Testamento marcan el camino de Dios en la historia. Hasta que llega la plenitud de los tiempos y Dios se hace cercano, uno de nosotros.
3. Rito del agua. Luego, al lado de la pila bautismal, se bendice el agua, esa que nos introdujo en la vida sobrenatural cuando recibimos el Bautismo. ¡Qué hermosa la promesa de Dios: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva! Aunque no fuéramos conscientes de ello, porque éramos pequeños, nuestros padres acogieron esa fe y ahora con plena conciencia de ello la confesamos. Es hacer memoria de nuestro nacer para Dios. Es el recuerdo de nuestra filiación divina: somos hijos de Dios en Cristo. Somos hermanos. Del Corazón abierto en la Cruz brotó sangre y agua, los dos sacramentos que nos hacen nacer y crecer para Dios. Y ahí está presente el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. El Espíritu Santo, que es esperanza cierta, porque nos abre la mente y el corazón para Dios. Él nos enseña a rezar como conviene, quien da alas y sostiene nuestra intimidad con Dios.
Cristo ha resucitado y nos abre horizontes. Va por delante para abrirnos las puertas del cielo. Y recuerda que la existencia es un don. Que es posible vivir apasionadamente en el mundo para elevarlo a Dios, para santificarlo y santificarnos en él. Y con nosotros María, para no despistarnos.