SANTÍSIMA TRINIDAD C. 2022

Alguien me decía en una ocasión, que habría que hacer un análisis de las palabras que las personas dicen o piensan a lo largo del día. Sería una forma de ver los intereses que palpitan en nuestro interior, hacia dónde dirigimos lo que pensamos, lo que sentimos, nuestro tiempo, nuestras expectativas… Si nos paramos a pensar, un tanto por ciento muy elevado tiene que ver con cosas funcionales: pásame el azúcar, está todo carísimo, el jefe otra vez está que no hay quien lo entienda… Y Dios ¿qué? ¿Qué interés le prestamos? ¿Cuánto espacio ocupa en nuestro día, en nuestra cabeza, en nuestro corazón? Dios quiere que no trivialicemos sus cosas. Que no lo trivialicemos a Él, que aprendamos a vivir en su intimidad, que elevemos a Él todo nuestro ser, que no le hagamos plato de segunda mesa. Quiere que lo miremos, pero no de pasada, sino con cariño. Que en ese mirarlo por dentro, que ha de ser constante, sin descanso y sin cansancio, aprendamos a gozar de todo lo suyo, entregándole todo lo nuestro. 

Hay cosas de Dios, que quizá nos parezcan muy elevadas y que, quizás, las dejamos a un lado, como aparcadas, para que las traten “los profesionales”: los curas, las monjas, los religiosos, que están como más introducidos en sus misterios. Pero no, no hay que hacer esas clasificaciones donde hay clase suprema, extra y normal. Todos estamos metidos en esa clase “suprema”, porque estamos llamados a esa intimidad con Dios. A todos nos tiene bien metidos en su Corazón y somos objeto de su amor, que es grande, único, especialísimo por cada uno de nosotros. Disfrutémoslo con paz y alegría.

Hoy la Iglesia nos propone meternos en el misterio de Dios, en su interioridad. Dios obra hacia afuera, pero vive también hacia dentro. Y es el suyo un misterio de Amor. Mirar así, profundamente, a Dios que es uno en esencia y trino en personas, nos hace quedarnos con la boca abierta y desear que todo Él nos llene por dentro y nos haga capaces de sacar consecuencias claras para nuestra vida.

Dios no está perdido entre las nubes, lejano y despreocupado de los hombres. Dios no es soledad, es uno en esencia y trino en personas. Hacia fuera es cercano y nos tiende la mano preocupándose de cada uno, pero también tiene una intimidad que ha querido revelar a los hombres. Es, hacia dentro, comunión perfecta. Es relación. Lo decía San Agustín con claridad: es el que ama, el amado, el amor.

1. Es Padre, es creador, omnipotente, poderoso, pero al mismo tiempo tiene esa paternidad con la que nos ama con ternura, y le hace desplegar por nosotros su misericordia entrañable. El Amante.

2. Es el Hijo, Jesucristo, el Ungido de Dios. Dios y hombre verdadero. Engendrado antes de la creación del mundo enviado por el Padre para nuestra salvación. Y que es, por excelencia, el Amado. 

3. Es Espíritu Santo, el que nos da su luz para entender y su fuerza para obrar según Él. Es la unión del Padre con el Hijo. Amor entre los dos. Nos llena de gozo y paz. Fuego ardiente que enseña a querer. 

Cuando vivimos nuestra fe, aunque a veces no nos demos cuenta, expresamos esa fe trinitaria. Detalles: al empezar la misa, antes que nada, hacemos la señal de la cruz y decimos: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Después con el acto de contrición pedimos perdón diciendo: Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad, Señor ten piedad, dándole el señorío a las tres personas… Y podemos seguirle la pista: Jesús pidió a sus apóstoles y a sus sucesores que fueran al mundo entero anunciando la Buena Noticia y bautizando en el nombre del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Y así tantos momentos en los que, de una forma u otra, expresamos lo más básico de nuestra fe: la esencia de Dios.

También hay consecuencias prácticas de primer orden para nuestra vida. Cada uno de nosotros es imagen de Dios, y adquirimos la plena realización como hombres cuando aprendemos y vivimos en un amor que refleja a Dios en su intimidad, y nos lleva a entregarlo a los demás como un don sincero de nosotros mismos. Estamos llamados a vivir relacionándonos los unos con los otros.

No estamos solos, vivimos como hijos y en fraternidad. María Santísima, Nuestra Madre del cielo, es Hija de Dios Padre, es Madre de Dios Hijo, es Esposa de Dios Espíritu Santo. Templo y Sagrario de la Trinidad.