DOMINGO XI T. ORDINARIO A. 2023
El pasado lunes día 12, a las 12, se hacía oficial el rumor: el Papa Francisco nombraba a un nuevo Arzobispo para Madrid: D. José Cobo Cano, hasta ahora obispo auxiliar. A partir de aquí, se dejó entrevistar por distintos medios, para darse a conocer por todos, mostrando su cercanía y su afán, que ya está puesto en marcha, de llevar a todos sus diocesanos al Corazón de Dios. Un Dios que está pendiente de nosotros, que está en nuestro día a día y hemos de descubrir y vivir.
Es una misión que no es solo suya: él como Padre y Pastor, ha de ir por delante, para marcar camino, pero también en medio para estimular a todos. Y, a veces también, por detrás para impulsar y acelerar el paso cuando las cosas se vuelven más premiosas. Siempre con la idea de que es un reto que ha de emprenderse con todos y para todos: laicos, consagrados, religiosos, sacerdotes…
Hoy, las lecturas de la misa parecen invitarnos también a eso. Somos Pueblo de Dios que camina como hizo entonces el Pueblo de Israel. La Iglesia es ahora la que toma el relevo para acoger con toda su frescura y pureza la Buena Noticia del Evangelio, siendo fiel servidora del querer de Dios.
La Iglesia siempre estará contestada, pero no olvidemos que encierra el misterio del amor de Dios que brota del Corazón abierto de Cristo en la Cruz. Y toma carta de naturaleza en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo. Él, Señor y Dador de vida, es el que entonces y ahora le da ese impulso apostólico para mostrar la salvación que viene de Cristo, el Hijo de Dios vivo, enviado del Padre. Todo un Dios que se introduce en la Historia y nos encarga hacerlo presente en todos los lugares, en todos los momentos. Estamos llamados, cada uno en sus circunstancias, a llevar la alegría del Evangelio allí donde estemos. Y eso, apoyados en Dios, que no dejará de darnos sus dones
1. Somos Pueblo de Dios en camino. Formamos Iglesia, no somos individuos aislados que van cada uno a lo suyo, o por libre como francotiradores en una guerra donde no se sabe cuál es el objetivo. Lo nuestro es una guerra de amor que a todos afecta. En la Iglesia estamos constituidos como un solo Cuerpo, la familia de los hijos de Dios. Llamados a sembrar el bien, la esperanza y la alegría que ha venido a traer Cristo a la tierra. Eso es, a fin de cuentas, construir el Reino de Dios. Cristo habló muchas veces de ese Reino de Dios que está “dentro de nosotros” cuando escuchamos y guardamos su mensaje de salvación en nuestro interior, para que nadie se quede sin saber la Buena Noticia. Pongamos a Dios en medio de un mundo que se aleja cada vez más aceleradamente de Él. Ese Reino de Dios que, como María, guardamos en nuestro corazón para que desde allí fructifique.
2. Somos Cuerpo Místico de Cristo. La Iglesia, con Cristo a la cabeza, tal y como dice San Pablo, es un organismo vivo, donde no sobra nadie. Como le gusta decir al Papa Francisco la Iglesia abre sus brazos para acoger a todos, especialmente a los heridos, a los que sufren, a los que están encallados y no saben salir de la precariedad de sus vidas. Cada uno ocupa su lugar, sin que nadie pueda considerarse un descarte. Somos miembros de ese Cuerpo para que, apoyados los unos en los otros, cooperemos en dar aliento a un mundo que, a veces, está con respiración asistida. Le gustaba decir a Santa Teresa del Niño Jesús que, dentro de ese Cuerpo, ella se consideraba el corazón que bombeaba esa sangre arterial para que pudiera llegar a todos. No nos quedemos acomplejados en un rincón. Todos podemos aportar algo. Acojamos esa responsabilidad de hacer nuestra parte.
3. Somos herederos de los apóstoles. Con los discípulos de Jesús se inició una cadena que no se ha interrumpido a lo largo de la historia y que no dejará de existir hasta el final de los tiempos. Tiene que animarnos mucho saber que Dios prometió a sus apóstoles (y los que vinieran detrás de ellos) esa asistencia constante para dar vigor y llevar ese mensaje de salvación a todo el mundo. Hemos de tener esa certeza de que todo esto es un querer de Dios.
Somos una Iglesia que está llamada a evangelizar. Una fe que se regala es una fe que crece. Para vivir la fe, hemos de darnos cuenta de quién nos hemos fiado: de un Dios que no se deja ganar en generosidad porque quiere, que seamos buenos instrumentos en sus manos, para ayudarle en su propósito: llegar a todos. Igual que María reunió en oración a los apóstoles, pidámosle ahora su presencia alentadora.