DOMINGO XIV T. ORDINARIO A. 2023
¿Quién podrá, Señor, descubrir tus designios? ¿Quién descubrirá la grandeza del amor, que escondes en tu Corazón para tus hijos? ¿Quién tendrá esa claridad de mente para captar la Sabiduría que emana de tu divinidad? ¿Es el estudio, son esos libros sesudos de teología, es esa especulación intelectual que trata de descubrir tus misterios, lo que nos va a dar la respuesta? Estar bien formado es fundamental, indagar en tus cosas es muy interesante, pero no es la sabiduría de lo humano lo que nos da las respuestas. Es esa unión contigo que brindas a los que, con una mente humilde y un corazón enamorado, entran en Ti, descansan en Ti y gozan de Ti bien agarrados de tu mano.
“El hombre de manos inocentes y puro corazón subirá al monte del Señor”. Sí, eso es. Hay una sabiduría, que es don de Dios, obra del Espíritu Santo en nuestras almas, la que nos da las respuestas, la que nos hace vibrar interiormente. La que nos hace desbordar en esperanza, la que pone ilusión en nuestra vida y nos hace rebosar, y estar tan llenos de Ti que estamos tranquilos.
1. Solo importa Dios. No importa esa inquietud de corazón que a veces puede asaltarnos. No pasa nada ante ese cansancio ante las propias debilidades, ni esos agobios que nos paralizan porque no somos capaces de poner en marcha nada que merezca la pena. No importa que la sociedad nos acorrale y señale con el dedo, con ese tono de cancelación que le deja a uno fuera de juego de lo que se cuece en el mundo. No importa que estemos buscando constantemente lo que nos puede hacer felices con nulos resultados y acabemos decepcionados de nosotros mismos. Podríamos hacer el recuento exhaustivo de nuestras fragilidades, una por una. Eso el Señor no lo tiene en cuenta, porque sigue teniéndonos metidos en su corazón. La humildad y la mansedumbre, que la sociedad toma como contravalores, como algo que nos aliena y deja en la cuneta, es en lo que Dios quiere apoyarse: son los verdaderos caminos que abren horizontes, y ayudan a construir sobre bases firmes.
2. Ni apocados por sistema, ni triunfalistas por orgullo. Estamos en el mundo, pero no somos mundanos. Queremos transformarlo desde dentro, ahogando el mal en abundancia de bien. Mirarlo cara a cara, no para usar sus armas que son, a fin de cuentas las armas del enemigo. No es tiempo de complejos, de esconder nuestra fe porque no está de moda. Tampoco es tiempo de arroyar, pisando a los enemigos de Dios y de la Iglesia. Sembremos en positivo. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón, el enemigo nos querrá convencer de que son cargas insoportables que esclavizan y, por tanto, nos quitan nuestra libertad soberana. El verdadero descanso para el alma no radica en una libertad sin trabas, sino en un corazón grande que se sabe querido y que, aprendiendo de ese amor recibido y saboreado, sabe hacerse también don para los demás. Con esa dicha de darlo a manos llenas, desinteresadamente, porque salir de uno mismo y dar amor es siembra de paz.
3. Ni puritanismo ni fariseísmo: muy de Dios. No nos quedemos en unas virtudes para adornar nuestra alma, para luego mostrarlas como un trofeo a todo el mundo como si estuviéramos de exposición. No vayamos a ponernos medallas, luciendo solo la fachada. No se trata de figurar dando el pego, y luego vivir a nuestro aire. Vivir como se piensa y pensar como se vive, viviendo de Dios. Unidad de vida. Una única cara, que refleje el rostro de Dios. No barremos para ocultarlo debajo de la alfombra. Fuera de nosotros ese fariseísmo con el que tapamos las propias culpas o tratamos de disfrazarlas de bien con tal de que no se sepan. No seamos fanáticos de la apariencia. Ni buenecitos, juzgando duro a los demás Seamos no muy nuestros, sino muy de Dios. Vivamos el perdón, pidiéndolo y dándolo, seamos sinceros al reconocer las propias debilidades, luchemos por vencerlas. No acusemos. Demos la oportunidad, a unos y otros, de reconocer y enmendar los propios pecados.
La alegría de Dios es ir viendo cómo su mensaje no es, sin más, algo bonito que tenemos claro en nuestra mente, pero que no termina de traspasar el corazón y se convierte en obras de verdadero amor. El Señor se goza, ante todo y sobre todo, de esos hijos que, sin alardes, con sencillez, sin dárselas de nada, van trabajando mucho y bien allí donde están, viviendo y haciendo vivir esa alegría del Evangelio. Esa Buena Noticia es la que María acogió en su corazón y quiere transmitir a sus hijos.