DOMINGO XIV T. ORDINARIO C. 2022
Al Señor le urge llegar a todos los rincones. Tiene prisa por salvarnos. Pero hay tantas dificultades, dentro y fuera de nosotros, que no se escucha nítida su voz, por eso quiere contar con cada uno para ayudarle en esa misión sobrenatural. No solo son los apóstoles los que entonces asumieron esa llamada, sino los demás discípulos que le seguían. Les pide, concretamente, a 72 de ellos que le abran camino. Que vayan caldeando el ambiente para que su mensaje prenda de una manera clara en todos. Y le obedecen.
Todo empieza ahí: se ponen en marcha y surgen resultados espectaculares. ¡Qué alegría a la vuelta! Se han convertido en sus mensajeros y han obrado maravillas. Hoy la propuesta de Jesús es la misma: te llama y me llama a trabajar para Él, quiere que te ilusiones en llevar su mensaje de salvación allí donde estés y quiere que seas protagonista para llenarte de gozo interior, porque irás viendo cómo obra en ti y a través de ti. Están faltando pies para caminar, brazos para obrar, labios para hablar…, y no podemos mirar para otro lado. Se necesitan voluntarios para ganar el mundo a la causa de Cristo.
Quizás, ante el ambiente que nos rodea, nos puede frenar el miedo, pero la recompensa es grande y abrumadora: ser amados hasta la eternidad. Qué consoladoras son las palabras de Jesús a aquellos que han seguido sus pasos y obrado en su nombre: “Vuestros nombres están escritos en el cielo”.
1. No somos unos innominados. No somos gente anónima que hace número y se pierde entre la masa. Somos queridos por Dios, nos lleva escritos en la palma de su mano (así lo dice la Escritura), por tanto, nuestro corazón puede exultar de gozo, de agradecimiento al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, porque no nos deja de su mano, porque siempre estará pendiente de sacarnos adelante. Bendito sea. Hemos de tener esto muy en cuenta, sin que nos olvide, porque llegarán días en que todo eso, que es para llenarnos de paz y de alegría, pueda quedar desdibujado por los avatares de la vida. Que no hagamos caso de esa trampa del enemigo que quiere poner bruma donde hay claridad, desasosiego donde el Señor ha sembrado ilusión. Dios ha vencido al mundo. No lo olvidemos.
2. No es tiempo de brazos cruzados. El convencimiento de estar bien metidos en el Corazón de Dios no puede llevarnos a la pasividad, a quedarnos como si no fuera con nosotros, esperando que las cosas las solucionen otros para que podamos vivir tranquilos. Toca poner el alma para llevar a los demás todo ese regalo que Dios nos está dando a manos llenas. Dios quiere que seamos fuego que prenda para llevar calor y luz a todo el que se acerque a nosotros, a todos los que encontremos en el camino. Dios bien se puede valer por sí mismo para hacer llegar su luz a los hombres. Pero quiere necesitarnos para que, gozando de Él, seamos fuente de gozo para los demás. ¿Vamos a dejarle actuar en nosotros, para que esa buena noticia se vaya extendiendo como un eco de optimismo y paz en la tierra?
3. Ante el pesimismo, Dios que obra. Todos nos damos cuenta, porque tenemos ojos en la cara: hay pesimismo en el mundo. ¿Habrá dificultades para afrontarlo? Sí, no faltarán. Pero ahora nos toca a nosotros: Dios nos quiere sembradores de esperanza. Esperanza viva, sobrenatural, que no nos ha de faltar, porque nos sabemos hijos de Dios. Podemos confiar en Ti, Señor. Tú has vencido al mundo. Todos tus enemigos que son los enemigos del hombre, se rendirán a tus pies. Eres fuerte, sigues siendo más fuerte que todo lo que podamos pensar. Has triunfado y triunfarás. Somos hijos de Dios y eso nos ha de llenar de tranquilidad: estamos llamados para la misión, para ser sembradores de la Buena noticia de Cristo a todos los rincones. ¿Vas a ofrecerte a Dios para que pueda usarte como instrumento?
Quizá podamos tener la tentación de pensar que todas esas maravillas que vemos en el Evangelio son cosas pasadas, que se pierden en la noche de los tiempos, que eso era para la época de Jesús y ahora no estamos en esa situación. Pero eso es falso: son las insinuaciones del enemigo, que nos quiere quitar la ilusión. Soñemos los sueños de Dios y los veremos hechos realidad. No lo dudemos un instante.
María, Madre de la esperanza, nos va a sostener y alentar. Su Corazón Inmaculado nos guiará.