DOMINGO XVIII T. ORDINARIO A. 2023. LA TRANSFIGURACIÓN.

La vida de un cristiano, de un hijo de Dios ¿en qué consiste? En un camino de amor, de crecimiento, de verdadero encuentro con el Señor, que nos llena de su presencia y nos impulsa a hacerlo visible en un mundo muy necesitado de Él. No nos podemos quedar a ras de suelo, hemos de seguir un itinerario que es de subida: subir “a lo alto”, al monte, para estar más cerca del cielo. 

No pretendamos ir por nuestra cuenta y riesgo. Para descubrir a Jesús, seguirlo y aprender a quererlo no podemos ir solos. Dejémonos acompañar por las personas que el Señor pone en nuestro camino para hacerlo más cercano. Son los que “encienden el interruptor” para que haya luz en nuestra vida. No olvidemos que la Iglesia es Madre y Maestra. No es una madrastra, es la que abre sus brazos para hacer el camino andadero. Amemos de verdad a la Iglesia como buenos hijos.

Jesús sube al monte con sus íntimos y allí les manifiesta la gloria a la que están llamados. No caminamos inciertos por la vida. Hay una meta. ¿Y esos dos personajes, Moisés y Elías? Referencias. La ley: lo que he de hacer, los mandamientos, esos puntos de apoyo del ser y del obrar. Y, luego los profetas: lo que el Señor me va diciendo a través de las personas que me guían en el camino.

Es curioso cómo el Señor, antes de dar su vida por nosotros, en el monte Calvario, quiere que subamos a otro monte, el Tabor, para desvelarnos su divinidad. Porque es Dios y hombre verdadero. Es verdad que estamos llamados a vivir momentos complicados, difíciles, en los que el Señor no dejará de apoyarnos y estar a nuestro lado. Pero también quiere que saboreemos ya aquí abajo esos “aperitivos de cielo”. Si le sigues los pasos a Jesús, también habrá instantes de deslumbramiento: el encuentro con el Dios verdadero. Dios que nos salva no tiene por qué ajustarse a mis esquemas a lo humano, nos mostrará su divinidad gloriosa para que su brillo configure y dé luz a nuestra vida.

Nos puede parecer que eso no va con nosotros, que eso es para los santos. Pero no es así. Aquí no hay categorías, porque todos estamos llamados a la santidad. Dios no me va a pedir que sea San Francisco de Asís, ni el Santo Cura de Ars, porque no hay dos santos iguales. Hay tantas maneras de ser santos como personas. Y “mi modo de santidad” es mi modo, y me llevará a querer mucho al Señor y hacerlo “a mi aire”. Conforme el Señor me va a enseñando a vivir de Él y para Él.

1. Descubrir a Jesús en su humanidad. Aprendamos de Él a ser hombres y mujeres de una pieza. Y eso no es buscar recetas que pueden valer para algunos pero no para todos. Nuestra vida de cara a Dios no consiste en cosas que hemos de cumplir, sino en descubrir que, a cada instante, lo que vivimos hemos de convertirlo en un himno de amor a Dios. Los mandamientos son unos mínimos para no desbarrar y salirnos del camino. Las bienaventuranzas un reto de altura para amar. Insistamos en ello para no engañarnos: no somos ciudadanos de segunda categoría. ¡Es posible!

2. Descubrir a Jesús en su divinidad. Tenemos tendencia a “trivializar” a Dios sometiéndolo a nuestros esquemas. Dejémosle ser lo que es. Es inabarcable, es inmenso, es Dios de Dios y Luz de Luz. Es ternura y misericordia, es sabiduría y grandeza en su amor incondicional. Comprender a Dios y gustar de Dios, no es algo que viene de suyo, hemos de cultivarlo. Sí. Ese estar a gusto con Dios es algo que hemos de “probar”. Tiene que ver con estar muy cerca de Él, tener una relación íntima con Él. Diálogo abierto y personalísimo con el Señor. Y eso es, al fin y al cabo, la contemplación.

3. Integremos las dos cosas en nosotros. Ser muy humanos y muy divinos. Dios nos llama a todos a una santidad, sin rebajas, sin que nos falte un pelo. Padres, hijos, hermanos, casados, solteros, los despiertos y los más sencillotes, los jóvenes y los viejos. A todos nos llama a vivir de Él. A entrar en su luz y recibir su encargo: ser, en medio del mundo, los que den razón de su esperanza y alegría.

Quiere que lo vivamos y lo mostremos como Dios con nosotros, ternura, misericordia, vida abundante. Para decir llenos de Él, felices y con esa paz interior única: ¡qué bien se está contigo!

¡Que estamos llamados a cosas grandes! ¡Que Dios se complace en nosotros! ¡Que no estamos para hacer bulto! ¡Que somos hijos de Dios! Aprendamos de María a entrar en esa intimidad con su Hijo. Dialogando con Él en una escucha atenta que nos llenará de luz. Contemplativos como María.

Lecturas y homilía. XVIII Domingo del T.O. Ciclo A