DOMINGO XXII T. ORDINARIO C. 2022
Iban conversando por el camino el elefante y la hormiga. Llegados a un punto se detuvieron y miraron atrás. Contenta la hormiga se dirigió al elefante: “¿has visto el polvo que levantamos a nuestro paso…?”. Para ser santos ser humildes, para ser muy santos ser muy humildes. No le demos vueltas, la humildad es la puerta de la santidad. Humildad es reconocer la verdad de nuestra vida.
Sin embargo, a poco que abramos los ojos, vemos que la humildad no está precisamente de moda. El humilde no está muy bien visto, porque habla poco y hace mucho, y eso no gusta. No alardea de nada porque es sencillo. Quizá se le mire con desdén, como un derrotado que no tiene nada que aportar que decir. Se lleva mucho más el que alza la voz, el que grita, los populismos que quieren ganarse al pueblo halagándole los oídos y prometiendo lo que suena bien para luego no hacer nada. El mundo siente predilección por ese lenguaje que vende humo, que busca las palabras para hablar mucho sin decir nada, para camuflar la verdad, que se quita y se pone, se viste y desviste según los propios intereses, para acabar desvirtuándola. El humilde calla, pero es maestro.
Decía Santa Teresa que la humildad es la verdad, pero, no nos engañemos, para el mundo actual la verdad no interesa, interesa mucho más que lo que se dice suene bien y así pueda ser aceptado por todos, vengan de un lado o de otro. En los debates en la radio, en la TV, todos hablan a la vez, se quitan la palabra unos a otros y parece que, el que lleva la voz cantante y grita, tiene la razón. Pero ocurre como siempre, que unas razones gritadas pierden toda razonabilidad. ¿Dónde cabe ahí la sencillez, el llamar a las cosas por su nombre sin herir, pero clarificando lo que está bien y lo que está mal? La humildad defiende lo que está bien porque lo vive con gran naturalidad, no tiene que subir la voz para que se valore lo que se dice. Y la mentira tiene las patas muy cortas.
Entonces ¿quién nos enseñará a ser humildes, pacíficos, descomplicados, sencillos? Está claro, Jesús que se pone como ejemplo: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Mirar a Cristo, mirarlo a los ojos y ver la profundidad de lo que expresan sin necesidad de abrir la boca. Su mirada no ofende, su mirada no enjuicia con dureza, su mirada está llena de misericordia, por eso, el que se deja mirar por Él se siente arropado y querido, sus ojos acarician y dan fortaleza, porque invitan al bien y apartan del mal. ¿Nos atreveremos a sostenerle la mirada y dejarnos arropar por ella? ¿Seré capaz de mirar a los demás y a mí mismo con esa profundidad que aparta rencores y sabe comprender? Solo desde esa sencillez y esa humildad, solo partiendo de esa mansedumbre caminaré por esa senda que me llevará a su Corazón en un recorrido de paz y de alegría.
El marido quiere imponerse, la mujer quiere empoderarse, los hijos pretenden saber más que los padres, los padres quieren dirigir la vida de sus hijos, los hermanos luchan entre sí para prevalecer unos sobre otros. ¿Nos dejaremos arrastrar por esa dinámica de la confrontación, del yo contra el tú, de una victoria que avasalla al que tenemos enfrente porque queremos ir por delante?
1. Ante una dinámica del poder, humildad. El mundo nos quiere vender la fuerza por la fuerza que somete, que tiende a la arrogancia, a empujar para colocarse y llegar antes a lo que sea, busca quedar por encima y mirar desde arriba a los demás. Sin embargo, el Señor nos propone algo bien distinto, nos invita a una dinámica de la entrega, del perdón, de la misericordia. ¿La apoyaremos?
2. Ante una dinámica de la arrogancia, humildad. No nos dejemos engañar, el humilde no es el cobarde y apocado, es el que hace sin alardear, es el que ha sabido ver su valía sin imponerla, el que está abierto a aprender de todos y a dejarse ayudar cada vez que lo necesite. Es el que reconoce en los otros todo lo bueno que hay y se alegra, sin arrollar con maniobras que hieren a todos.
3. Ante una dinámica de las comparaciones, humildad. Miramos demasiado a los lados y muy poco al frente. Nos ponemos por delante y así quedamos contentos. Hacemos las cosas bien y los otros no nos llegan ni a la suela del zapato. Buscamos el éxito, la excelencia, la admiración y los demás que se las arreglen, necesitamos el aplauso… ¿Y hacerlo todo por Dios y para Dios…?
“Porque ha mirado la humillación de su esclava”. Mira a María, ama a María, aprende de ella.