DOMINGO XXIX T. ORDINARIO A. 2023

«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?» Con qué sutileza aquellos fariseos quieren llevar a Jesús a su terreno. Pretenden pillarlo en un renuncio, para poder acusarlo. Parten de una verdad sutil, que parece condescendiente con Él: reconocen su autoridad, pero lo que está detrás es la pretensión de sacarle punta a sus palabras, para acusarlo. La verdad es incómoda. Y tientan al mismo Dios. Tentación es sugerir algo supuestamente razonable o apetecible para llevar a la otra persona a hacer un mal. Quieren acorralar a Dios para justificar los planteamientos que manchan su mente y su corazón.

Quizá no nos demos cuenta de ello, pero, en ocasiones, intentamos hacer lo mismo el Señor: ponerlo entre la espada y la pared. Queremos que se ajuste a nuestros esquemas, a nuestra lógica. Lo que esperamos de Él, en definitiva, no es tanto que nos atienda según las necesidades que Él ve en nosotros, sino que pase por el aro de nuestros deseos. Y si no, nos enfadamos: nos entra la veta respondona y nos ponemos a la contra. Es una manera de decirle, sin pudor: “Si no te ajustas a mi manera de ver, no quiero cuentas contigo, te equivocas y no admito esa “verdad” que propones”.

Como siempre, el Señor clarifica las cosas para que no nos llamemos a engaño: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Se trata de distinguir. Lo que el mundo entiende por poder: la capacidad de instalarse por encima del bien y del mal, es patrimonio de Dios, solo de Dios, que es creador, salvador, santificador. No busquemos quitarle de su sitio. Pero se trata también de distinguir de quien procede la autoridad: solo Él es el que verdaderamente tiene la autoridad, y nos invita a descubrir que hay verdades objetivas y que hay personas, e instancias, la Iglesia, por ejemplo, que tienen capacidad para mostrarlas a los demás. La verdad que se puede descubrir y se puede transmitir. Aunque a veces llegue a creérmelo, yo no soy la medida de todas las cosas… 

1. La creación tiene su libro de instrucciones. Hay una ley natural que le da su sentido, que no he ideado yo, es Dios quien la ha “diseñado” para que la acojamos y respetemos, porque, si no, aquello se desbarata y no hay manera de “darle uso”. Un aparato electrónico sofisticado sin el libro de instrucciones no sirve para mucho. Si desatornillamos un tornillo con nuestra uña, y no con el destornillador, solo conseguiremos que la uña, se rompa. Cada cosa tiene su dinámica interna y es para lo que es. ¿Qué nos ocurre? Que estamos tan subidos en nuestro yo que no nos queremos dar cuenta de nuestros límites y terminamos dando origen a desastres, pequeños o grandes, pero al fin desastres. Y no reconocemos que el criterio válido no es el nuestro, sino el que viene de Dios.

2. Un mundo sin Dios es un mundo sin sentido. Independientemente de que lo reconozcamos o no, Dios es el Creador de lo visible y lo invisible (así lo reconocemos en el credo). Es Dios el que está en el origen de todo lo que existe, y es Él quien lo va encaminando a su fin. De otra forma, todo acaba descabalado. Antes está el ser que el hacer. Antes está el dejarle hacer a Dios que hacer nosotros. Antes está lo importante que lo urgente. Si meto un dedo en el agua se moja, y si lo vuelvo a hacer se vuelve a mojar, porque la naturaleza del agua es “húmeda” y eso no lo puedo cambiar por mucho que me empeñe en ello. El hombre puede pretender estar por encima de todo. Pero eso así no funciona. Dejar a Dios ser Dios acaba siendo, no lo dudemos, algo bastante “razonable”.

3. Buenos ciudadanos de la tierra y del cielo. A veces se puede tratar a los cristianos como si fueran de segunda categoría. No lo permitamos. No hagamos dejación de nada. Nuestra libertad tiene una raíz que va más allá del ordenamiento jurídico, porque es Dios el que nos ha dado esa libertad soberana.

Y eso nos ha de llevar a reivindicar nuestros derechos: los mismos que tiene cualquier otro ciudadano. Ni más ni menos. A lo largo de la historia la ciencia y la cultura la han ido gestando los hombres de fe. No nos dejemos amedrentar de esos tópicos que consideran a los que siguen a Cristo como si no tuvieran la mente y el corazón en su sitio. Las leyendas negras son unos latiguillos que no se sustentan ante un análisis objetivo. Estemos orgullosos de nuestras creencias.

Parecería que nos dejamos absorber por el mundo y que no podemos salir de ese pensamiento único y no es así. Nuestra Madre la Virgen nos enseñará el orgullo de reconocer a Jesús como Señor.

Lecturas y homilía. XXIX Domingo del T.O. Ciclo A