DOMINGO XXIX T. ORDINARIO C. 2022

En este mundo en el que estamos inmersos, y que hemos de transformar porque, si no, es él quien nos engulle y transforma a nosotros, hablar de la oración puede ser para algunos como hablar de los dinosaurios. En un ambiente descreído se oye hablar de oración y no es extraño que digan: pero ¿de qué va éste ahora? Una de las cosas que hace el enemigo es eso: las cosas verdaderamente esenciales o, como poco, importantes, las ridiculiza, las caricaturiza para quitarles fuelle: “venga, no me vengas ahora con milongas”. Y las convierten en un tópico. ¿La oración? Cosas de las abuelas, de las beatas y de los curas. Aunque también algunas veces, cuando la cosa aprieta, nos permitimos alguna licencia, reza que tengo un examen, reza para que se resuelva eso… Pero pasado el peligro, volvemos a las andadas: apostar por lo práctico, por la eficacia y se acabó lo que se daba.

En una atmósfera donde prima ante todo la eficacia, lo que cuenta para unos y otros es lo que yo sé, lo que yo experimento, aquello de lo que soy capaz… ¿Y la oración? ¿De verdad es la opción de los débiles, el recurso piadoso, y poco realista? Sin embargo, la oración para un hijo de Dios es siempre el primer paso para abordar cualquier situación. Es el humus donde se gesta todo lo grande.

1. Vivamos las cosas con dimensión de eternidad. No te dejes llevar por lo que hacen los demás. No te fíes de lo que se te quiere imponer desde fuera y se queda solamente en la superficie. Vive con Dios y de cara a Dios. Es garantía de vida auténtica. La vida del hombre sobre la tierra es lucha. No podemos esperar que las cosas se nos solucionen desde fuera. La transformación viene desde dentro. El cambio para bien del mundo procede de la conversión: para cambiar lo que nos frena, lo que es para nosotros peso muerto que nos dificulta la vida, conversión. Solo el cambio interior fomenta el cambio exterior. No se trata solo de un cambio de estructuras, se trata de un cambio de mentalidad y un cambio del corazón. Apoyarnos en Dios y trabajar codo a codo con Él.

2. Démosle paso a una fe que es confianza en Dios. La oración es expresión de una fe que me sostiene y alienta cuando todo parece derrumbarse bajo mis pies. Porque soy hijo de Dios tengo fe y eso me llena de tranquilidad porque con la ayuda de Dios nada ni nadie puede ir contra mí. La fe se mueve, es verdad, desde el silencio, pero no es tan solo lo que me sostiene cuando ya no me quedan recursos: la fe es la fuerza que cambia el mundo, sin ruido, sin alharacas. Esa fe que da contenido a la oración mira a Dios y se llena de tranquilidad, se convierte en una flecha dirigida al corazón de Dios, para, desde allí, transformar el mundo entero. Alguien decía: dadme un punto de apoyo y moveré la tierra. Ese punto de apoyo, no lo dudes, es esa oración tuya perseverante.

3. La oración es motor de cambio si nos convertimos. Conmuévete ante Dios y da los pasos necesarios para cambiar de vida. “Conviértete y cree en el Evangelio” nos dice el Señor. El Señor quiere hacer maravillas con cada uno de nosotros, pero nos pide que salgamos de nuestra dinámica y entremos en la suya. Nuestra alma ha de volverse sí, pedigüeña de cosas que merezcan la pena, pero, al mismo tiempo, tiene que ser un alma transformada, que sabe ponerlo todo en manos del Señor, quitando de dentro todo aquello que puede obstaculizar su acción en nosotros. Cuando uno se apoya en Dios se abre el horizonte a la esperanza. Miramos hacia adelante y no nos asustamos, no tenemos miedo, porque sabemos que Dios lo lleva todo, lo dirige todo, nos salva de todo.

La oración, por tanto, ha de ser confiada, perseverante, agradecida. Uno ve la vida de Jesús y ¿cuál es su alimento? la oración. Es la oración la que mueve su vida. Allí se encuentra con el Padre y se hace uno con Él. Al calor de la oración toma las decisiones más importantes, como la elección de los apóstoles. En esa intimidad de la oración es donde radica el motor y la fuerza para su misión, para que la Buena Noticia cale en nosotros. Para recibir del Padre el aliento para darse hasta la cruz.

La oración es una lucha de amor a la que nos llama el Señor para el combate de la vida. Está claro que las cosas no salen sin ese impulso. Es el arma de los pequeños ante las injusticias, porque es la manera de estar socorridos por Dios que no dejará de escucharlos. De vencer el mal con el bien. Referente: María, la mujer orante que intercede ante su Hijo para acercarnos al amor de Dios.