DOMINGO XXV T. ORDINARIO A. 2023

Dios es el Dios de las oportunidades. ¿Está a tu lado? Siempre, aunque no lo notes. ¿Se pone a tiro para ponerse a tu disposición y ayudarte? Incondicionalmente. Y si es así, ¿por qué no lo veo? ¿por qué no me doy cuenta? Quizá es cuestión de orientar nuestra mirada y ver hacia dónde van nuestros intereses. “Lo importante es que llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”. ¿Sabemos valorar nuestra dignidad? ¿Nos damos cuenta de quiénes somos? Somos hijos de Dios, y Él nos hace dignos porque nos ama. La dignidad no la da el prestigio, la posición social, el éxito a lo humano. Viene por ese regalo inmenso que el Señor nos ha conseguido: estamos redimidos por su Sangre.

A lo largo de tu vida ¿qué ha hecho el Señor? ¿Qué está haciendo contigo ahora, en este momento? Tenderte la mano para que trabajes con Él, para compartir contigo el don de una vida lograda, llena. Y no se cansa de hacerte, de una u otra forma, esas propuestas, esas proposiciones para que te subas a su barca. Quiere formar equipo contigo para sacar adelante tanto bueno… ¿Qué pasa pues? Que tengo que escuchar y responder y no siempre escucho, ni respondo. ¡Dios mío!

No tratemos de imponerle al Señor nuestra lógica. Lo que nos parece razonable, sin salir de ahí. No son nuestros pensamientos los que van creando la realidad. La realidad está ante nosotros, nos viene dada, y es lo que hay que reconocer. Nos cuesta ver que no siempre coincide lo que somos con lo que nos gustaría ser, lo que hay en nuestra vida y lo que nos gustaría que hubiera. Y no nos cuadran las cuentas. ¿Gran tentación? manipular la verdad para que se adapte a nuestros intereses. Si no me gusto es que he nacido en un cuerpo equivocado y lo cambio, si resulta que quiero hacer esto o lo otro y no tengo posibilidades, miento, engaño para conseguir mis fines. La ambición, el subjetivismo, no tiene límites y “tengo la solución”: recrear el universo según mi criterio. ¿Eso vale?

Manipulados por nosotros mismos, nos creemos las propias mentiras. ¿No es esa la dinámica del pecado? Sabemos que algo está mal y, sin embargo, lo hacemos, luego ya buscaremos algo que lo justifique. ¿Las leyes no lo permiten? hagamos otras nuevas y arreglado. ¡Qué lejos está ese tono al de ser “un humilde trabajador” de la viña del Señor! Eso dijo Benedicto XVI desde el balcón de la Basílica de San Pedro al presentarse a los fieles como nuevo Papa. Estemos disponibles para Dios.

1. Los llamados a las primeras horas.  Muchos hemos tenido la suerte de nacer en una familia cristiana, hemos podido recibir una buena formación… La fe fue desde el principio algo connatural. Luego la vida ha tenido sus altos y bajos, pero, en general, hemos ido haciendo propia nuestra relación con Dios. Una fe “gozosa” y acoplada en la propia vida. Vívela. Practícala en tu día a día. Sin quejas ni comparaciones. Eso es ya un premio, y nos ha de llenar de alegría. No te acostumbres. Valora este regalo que Dios te ha hecho. No te desalientes, ni te canses. Sácale partido. No trivialices un tesoro tan impresionante. ¡Qué gozo! Pongámonos a la obra. Aprendamos a dar gracias a Dios.

2. Los llamados a lo largo del día. La fe, el amor de Dios, no es siempre fácil. Algunos, teniendo oportunidades, no las han sabido aprovechar y su vida ha sido tan complicada… Hoy la fe no es ya algo asumido y connatural en la sociedad. Una ola de laicismo que prescinde de Dios, o lo deja en la cuneta, se extiende por todas las latitudes y lo de ser cristiano parece ya trasnochado, porque hay una oposición abierta a todo lo que suene a Dios. Pero, Dios no se deja ganar la partida. A pesar de todo lo negativo, Dios sigue llamando y transformando vidas, se acerca a tantos y tantos, aportando novedad, rescatándolos de su precariedad y de su pecado. Nuevas conversiones. También la tuya.

3. Los llamados a última hora. La última hora no ha de ser ganar el partido en el último minuto de la prórroga, de penalti injusto. Una anécdota de San Juan XXIII: lo visitó un hombre muy mayor, que acababa de ser ordenado sacerdote después de una vida complicada, y le dijo bromeando: “ha dado usted su carne al mundo y ahora entrega sus huesos a la Iglesia”. Nunca está todo perdido, Dios siempre da la oportunidad de volver, de empezar otra vez. No lo dejemos todo para el final, con una vida de pecado para arrepentirnos al final y robar el cielo a Dios… Pero no olvidemos que Dios siempre está dispuesto al perdón para ganarnos el Cielo. Allí nos espera Nuestra Madre, María.

Lecturas y homilía. XXV Domingo del T.O. Ciclo A