DOMINGO XXV T. ORDINARIO C. 2022
Son éstos tiempos difíciles, donde la luz, la claridad parece que tiende a desaparecer: todo está como envuelto en bruma, todos los contornos parecen desdibujarse y se sospecha de las certezas, de alguien que pueda decir con convicción: esto es blanco y aquello es negro. Resulta que todo puede ser al tiempo de una manera y de otra. El poder se ejerce para imponer lo que yo pienso como pensamiento único y todo lo demás o se adapta a esto o es arrojado a las tinieblas exteriores.
En este contexto, el Evangelio de hoy nos sorprende bastante: nos muestra un administrador que se enriquece con el dinero de su amo. Algo que ahora resulta frecuente: es como la vida misma. Un hombre astuto, sin un pelo de tonto, que roba a su amo y al ver descubierta su acción, busca una salida. Sabe que va a caer y no se resigna al golpe, quiere caer de pie, para sacudirse el polvo y salir corriendo. Siempre ha habido pillos, aprovechados, vividores, listillos. No es extraño, el mismo Señor lo da por supuesto. No justifica las mentiras de ese administrador, pero subraya su astucia: los malos nos llevan ventaja en salirse con la suya, en salir airosos de las cosas que se complican.
Somos hijos de Dios. Tenemos la propuesta más hermosa que el hombre pueda encontrar. Tenemos la ayuda de Dios, que no nos va a faltar. Tenemos una mente que puede llegar a ser muy lúcida y brillante, y un corazón que, si lo ejercitamos y encaminamos bien, puede dar mucho de sí, mucho juego… Lo tenemos todo a nuestro favor. Entonces, ¿por qué parece que hay en nosotros ese complejo de inferioridad para “vender el producto”, que es limpio, que no está deteriorado, que es entusiasmante, que es capaz de dar a cada uno lo que puede sacarlo de su postración?
Tenemos miedo de que, al hablar, el otro grite más que nosotros y se acabe imponiendo no el mensaje de Jesús que es de paz y alegría, sino el mensaje de quien tiene la sartén por el mango y quiere dar gato por liebre, porque quiere imponer lo suyo, colocando un producto corrompido.
Echemos fuera de nosotros complejos de cualquier tipo, no miremos al suelo mientras los que buscan su interés nos lo acaban imponiendo. Pongámonos en marcha para mostrar la verdad de las cosas, sin buscar tan solo la comodidad o quedar bien, demos aliento a lo bueno, a lo hermoso…
1. La injusticia jamás puede ser una posible solución. Hoy la primera lectura parece describir lo que está ocurriendo ahora mismo: “reduciendo el peso y aumentando el precio, y modificando las balanzas con engaño”. Todos somos capaces de arrimar el ascua a nuestra sardina, guardarnos las espaldas aun a costa de los demás, ponernos por delante y que los demás se las arreglen como puedan. De ajustar todo según los propios intereses, aunque resulte injusto. Pero el fin no justifica los medios. No justifiquemos nunca, jamás, el mal. El bien siempre al principio, en medio y al final.
2. El Señor nos quiere valientes. Somos sus hijos y nos llama a tener un orgullo santo por haber seguido sus pasos, por haber oído sus palabras, por haber visto las maravillas salidas de sus manos. Nos llama a no avergonzarnos de nuestra fe, a no esperar que sean otros los que nos vendan una verdad de pacotilla que no se sostiene en pie. Tenemos la verdad que nos hace libres, ¿por qué nos dejamos arrollar por quienes venden una libertad que no libera, una alegría que entristece, una paz que no es capaz de sostenerse, porque se basa en el interés propio más que en el bien común?
3. Somos ciudadanos del cielo, pero también de aquí abajo. Puede darnos la impresión de que tenemos poco que aportar en una cultura donde se diviniza el progreso, la sostenibilidad, que endiosa la creación, que ofrece una tolerancia “selectiva”, una solidaridad que a veces maquilla las propias carencias… Reivindiquemos: tenemos los mismos derechos y deberes que los demás. No hagamos dejación de ello. No somos comparsas, ni de tercera categoría. Somos protagonistas en un mundo del que también formamos parte. Actuemos. Somos la voz de Dios, en un mundo sin Dios.
No nos empequeñezcamos, fuera complejos. Hay mucho que aportar. Dios hecho hombre nos ha enseñado el verdadero camino del hombre. “He venido para que tengan vida y vida abundante”. Ante tanta noticia negativa y triste estamos llamados a sembrar ese mensaje de esperanza: Dios no nos abandona. Está con nosotros. Caminemos bien agarrados a la mano de Nuestra Madre la Virgen.