DOMINGO XXVII T. ORDINARIO A. 2023
¿Cómo lees la Escritura Santa? ¿Cómo la escuchas cuando se proclama en las distintas celebraciones de la Iglesia? ¿Resuenan sus palabras o se las lleva el viento? ¿Dejas que configuren y transformen tu mente? ¿Les abres paso para que calen en tu corazón? La Palabra de Dios “es viva y eficaz, como espada de doble filo”, nos recuerda S. Pablo. Ojalá se convierta en luz para tus pasos, e impulso en tu camino. No permitas que sea un sonido que se pierde como un ruido más, o se confunda entre tantas otras voces irrelevantes. Haz silencio interior y medítala para que deje poso.
A través de ella el Señor nos cuenta nuestra historia personal que, a poco que uno preste atención, se vuelve luminosa: pero si ese personaje soy yo… Vivimos demasiado rápido y tenemos todo tan cerca que no somos capaces de ver con perspectiva lo que nos está ocurriendo. Es bueno que, a la luz de Dios, aprendamos a revisar nuestra vida. Sin desconcertarnos con lo que vemos, con lo que ocurre en nuestra alma sin que le encontremos un sentido. Tranquilos: a través de su palabra, el Señor quiere darnos puntos de referencia para no perdernos. Por eso, estate atento. Escucha.
Nos lo dice el profeta Isaías al comienzo de la primera lectura: “Voy a cantar a mi amigo el canto de mi amado por su viña”. La Palabra es un canto de amor de Dios que quiere llegar hasta el fondo de nuestra alma. Para que reaccionemos. Nosotros, no lo olvidemos, somos amigos de Dios. El Amado es el Señor, ¿podemos dudarlo? Dios Padre que nos regala a su Hijo Amado, y con el impulso del Amor, el Espíritu Santo, quiere que nosotros, “su viña”, nos dejemos cuidar. Somos esa viña plantada por Dios para que demos fruto gozoso. Ante esa solicitud y condescendencia conmigo, es bueno que me pregunte: si el Señor ha estado tan generoso conmigo, porque me da todo lo suyo para que yo obre en consecuencia, ¿cómo estoy respondiendo yo a esa llamada tan personal?
1. No dudemos de Dios ni de su llamada. Miramos al mundo. Nos miramos a nosotros mismos. Vemos las propuestas y decisiones que van saliendo adelante y nos llenamos de estupor. Y nos sale: ¿Qué pasa aquí? Vemos lo que va ocurriendo y nos puede llenar de desasosiego interior. ¡Cuántos intereses, cuántos egoísmos más o menos disimulados, y a veces tan descarados! ¡Cuántas mentiras, cuánto resentimiento, cuántas guerras de los unos contra los otros…! ¡Cuánto pensamiento único que se vende como lo que hay que pensar y vivir, robando libertad! ¿Y yo? ¿Cómo reacciono yo? Que no se nos olvide que Dios es bueno y no nos deja. Que es providente, pero cuenta con nosotros.
2. No tengamos una mirada oscura. El enemigo quiere sembrar ese tono triste, melancólico, y nos tienta para que tiremos la toalla. No mires tan solo lo que viene de fuera para dejar que se instale ese pesimismo que nos desazona por dentro. La Palabra de Dios está pensada para poner fuego en nuestro corazón. Para vivirla y transmitirla como incendio de entrega. No mires para otro lado, echando balones fuera, es hora de asumir esos retos de amor. Si no empezamos a ponernos en marcha, nadie lo hará por nosotros. Deja que Dios te cuente tu historia a través de su Palabra escrita y escuchada. Dios no nos dejará colgados de la brocha. Acoge y reconoce lo que hace en ti.
3. Pongamos en activo los dones de Dios. Aunque no lo creas, aunque no lo notes, Dios está contigo y actúa en ti para que tú actúes desde Él, para Él y para los demás. No cerremos los ojos, no nos hagamos los despistados para que sean otros los que tomen la iniciativa y ya veremos nosotros. Lo que nos dice el apóstol S. Pablo es muy claro: “todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta. Lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis, visteis en mí, ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros”. Es todo un programa de vida y acción concreta. De lo pequeño a lo grande, de lo poco a lo mucho. Hagamos eco a Dios.
La oración con la que nos hemos dirigido a Dios al principio de la misa es muy elocuente: Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Dios te dará lo que necesites. Y nuestra Madre del cielo estará a tu lado, intercediendo para que reboses de Dios. Y lo goces…