DOMINGO XXVII T. ORDINARIO C. 2022
Aunque podamos pensar que los apóstoles, en la mayoría de las ocasiones, no terminaban de entender bien a Jesús, se enteraban mucho más de lo que nos parece. Para ellos era desconcertante ver a un maestro que hacía y decía cosas que deslumbraban y les llegaban a lo profundo del corazón, aunque no dejaban de ser un misterio. Era un rabbí que, aunque mostraba muy claramente lo que estaba bien y lo que estaba mal, iba mucho más allá, los llevaba a descubrir una nueva dimensión: la de un Dios que no era, sin más, todopoderoso y lejano al hombre, sino cercano y lleno de ternura para con todos. Es verdad que les exigía, y mucho: cambiar mente y corazón. Pero, al mismo tiempo, les descubría a Dios como Padre, un Padre que los amaba ante todo y sobre todo. Y esto les resultaba sobrecogedor, lleno de esperanza. Así las cosas, no puede extrañarnos que les costara encajar todo lo que el Señor les iba mostrando. Por eso le abren su corazón pidiéndole que les aumente la fe.
La fe es, en definitiva, ese acoger el mensaje de la salvación que Cristo ha venido a traer a la tierra, para anunciarnos la buena noticia de quién es verdaderamente Dios: el Padre bueno del cielo. Y nos hace descubrir lo que somos nosotros: hijos de ese Dios que nos ama entrañablemente y abre sus brazos para acogernos. Cristo que, haciéndose hombre, revela al hombre toda su dignidad, toda su valía, porque valemos toda la Sangre de Cristo. No somos criaturas arrojadas al mundo para que nos busquemos la vida. Somos mucho más que eso. Como dice San Pablo: “Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de templanza”. Somos amados por Dios.
Nos vemos a nosotros mismos, miramos a Dios y nos damos cuenta de la desproporción que hay. Vemos el camino que tenemos por delante y todo lo que supone recorrerlo y no nos llega la camisa al cuerpo. La vida no es fácil, es cierto. En ocasiones tenemos la sensación de que todo se nos hace cuesta arriba: hay tantas complicaciones, tantos problemas que se nos enconan, tanto que sacar adelante… Es lógico que surja la decepción, el abatimiento, el agobio, porque, como dicen los niños: “se nos hace bola”. No nos dejemos abatir: Dios es el Dios de lo imposible. Tenemos nuestras medidas, nuestras fuerzas que son, habitualmente, pocas. Pero ante Dios todo eso que parece montañas, se vuelve un grano de arena. Ten fe. Ponlo más en sus manos. Quizá en ocasiones puedes decir: “si ya se lo pido…” Bien, pero ¿lo pides con la medida de Dios, o con tu forma de ver las cosas?
En la oración que hemos rezado al principio de la Santa Misa se nos propone, precisamente la confianza plena en Él: Dios todopoderoso y eterno, que desbordas con la abundancia de tu amor los méritos y los deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia, para que perdones lo que pesa en la conciencia y nos concedas aun aquello que la oración no menciona. Es una forma preciosa de poner en práctica esa fe, hacernos conscientes del poder de Dios y pedirle ayuda: conocer a Dios que es generoso, lleno de magnificencia. También nosotros hemos de pedirle como los apóstoles: “auméntanos la fe”. Tú Señor conoces nuestros pensamientos, sabes lo que hay dentro de nuestro corazón. Necesitamos apoyarnos en Ti, porque por nosotros mismos podemos poco. Dale vuelo en nosotros a todo lo tuyo, quita de nosotros ese peso muerto que nos impide caminar. Perdónanos, libéranos. Danos fe para darle el mando de nuestra vida y así comprender:
1. Que el amor no es un ideal lejano, es posible. Dios Padre va por delante con su cariño hacia nosotros. No tenemos que demostrarle nada por nuestra parte, nos lleva en su corazón. Y nos enseña a querer, con un amor que no se apaga, porque va abriendo camino con su misericordia.
2. Que la hombría de bien está a nuestro alcance. No es verdad que haya que conformarse con lo que hace todo el mundo. Eso es devaluar lo que somos. Cristo nos salva del pecado y muestra nuestra valía. Es el camino del hombre. Con su encarnación ha dado brillo a todo lo humano.
3. Que solos no podemos y con Dios lo podemos todo. El Espíritu Santo sabe iluminar todas las circunstancias de nuestra vida para que leamos todo en clave de Dios. Él nos dará las fuerzas para llevar a cabo todo lo que hace que este mundo sea suyo, lleno de la verdadera paz y alegría.
Mirar a Nuestra Madre la Virgen nos conmueve el corazón. Es la mujer de fe que abre caminos.