Hacer para que nos vean, o hacer para Dios. Funcionar de cara a la galería, o funcionar para gloria de Dios. ¿Cuál es mi público? Cuando hago una cosa bien ¿lo pongo en manos de Dios y lo comento con Él para alegrarnos juntos o lo voy diciendo por un sitio y por otro para que la gente vea lo bueno que soy, mi valía en uno u otro sentido? Las letanías de la humildad de R. Merry del Val, dejan perplejo. Decía: “-Que otros sean más estimados que yo, / -Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse, /-Que otros sean alabados y de mí no se haga caso, / -Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil, / -Que otros sean preferidos a mí en todo, / -Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda”. 

Cuando uno las lee por primera vez, lo que puede pensar es “cómo es posible decir cosas así, este hombre no terminaba de pisar tierra, qué barbaridad, es un despropósito, una locura, cómo se puede vivir de esta manera”. Sin embargo, cuando uno lo va meditando con una sinceridad clara y con ganas de contrastar eso con Dios, se queda pensativo, porque las dos opciones que se desprenden de ahí parecen claras: o estar con el mundo y supeditados al mundo, o estar para Dios entregados en cuerpo y alma a Dios. Buscar la aprobación de los demás, o buscar agradar a Dios. Bien, no resulta fácil, pero hay que empezar a elegir: lo que da el mundo o lo que da Dios.

1. ¿Qué es lo que verdaderamente nos atrae? Reconozcamos que a día de hoy hay muchas cosas que nos seducen y atraen. Todo lo que supone el mundo y los que rigen el mundo, buscan llevarnos a su terreno y nos hacen caminar, fundamentalmente, en tres direcciones: en la atracción por lo material: sobre todo por el dinero; en la atracción por el placer: el atractivo del sexo, y en la atracción por el poder. Intentarán convencernos de que sin caminar por ahí la vida no tiene sentido. Pero son las tres grandes tentaciones en las que, habitualmente podemos caer. Buscamos lo fácil, ese bien que a poco de conseguirlo es engañador porque a costa de poner por delante nuestro yo, termina esclavizando y hace caer en la soledad. ¿Merece la pena apostar por esto y huir de Dios?

2. La esclavitud de lo políticamente correcto. La sociedad se ha buscado las formas para ir imponiendo, sin que nos demos cuenta, una nueva moral donde es más importante salvar las ballenas que acoger a un niño que empieza a gestarse en el seno de una madre. El otro día, un crítico de cine hablaba de una película en cartel y comentaba cómo se habían preocupado los guionistas de poner allí todo lo que se va imponiendo en el ambiente: la cuota de algún personaje LGTBI; la ideología de la nueva era, donde Dios desaparece y cada uno vive una espiritualidad a la carta, tomando de aquí y de allá; dioses a la medida que hacen caer en la superstición.y se acude a “otras fuerzas y energías” que despersonalizan y entronizan a los ídolos. Mentiras que nos esclavizan.

3. Hemos de hacer una opción firme y clara por Dios. ¿Hacia dónde miran nuestros ojos? No nos dejemos engañar por lo que brilla, quedándonos en lo superficial. No a estar más pendientes de lo que contenta nuestro yo, que de lo que el Señor nos presenta para que sigamos sus huellas. Sepamos dirigir nuestra mirada. Lejos de nosotros esa vista selectiva que se concentra en lo que parece importante, porque lo valora el mundo, pero descuida lo que es esencial: lo que conmueve a Dios porque está hecho con una delicadeza y un amor que le enamora. Y eso es la entrega que, desde la discreción, desde la sencillez, regalan a Dios los que en verdad lo aman. Una idea de San Agustín: ¿seremos capaces de amar a Dios hasta el desprecio del mundo? Ojalá que nos atrevamos.

Aquellas dos viudas qué hacen: siendo más pobres que las ratas, saben dar lo poco que tienen (algo que no valoraría nadie), con una generosidad impresionante. Desprendidos de nosotros mismos, seamos capaces de ofrecernos para lo que Dios disponga, construiremos así cosas grandes.

Señor, me pongo a tu disposición sin reservarme nada para mí. Ayúdame a vivir no para quedar bien ante los demás o ante mí mismo. Mi público eres Tú. Así podremos decir como Santa Teresa: “vuestro soy, para vos nací, qué queréis hacer de mí”. ¿Qué hizo María sino ofrecerse a Dios? ¿Y qué hizo Dios? Hizo cosas grandes en ella: acogerla como el primer Sagrario viviente. Aprendamos.