Para preparar la Solemnidad de Pentecostés con el decenario del EspírituSanto.
* DÍA TERCERO.
“ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO del Cardenal Verdier
Oh Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo,
Inspírame siempre lo que debo pensar,
lo que debo decir, cómo debo decirlo,
lo que debo callar, cómo debo actuar,
lo que debo hacer, para gloria de Dios,
bien de las almas y mi propia Santificación.
Espíritu Santo, dame agudeza para entender,
capacidad para retener, método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar.
Dame acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar.
Amén”
El Espíritu Santo ya se nos da en el Bautismo. Y habita en nuestra alma aunque no lo notemos. Su acción sabe ser silenciosa. Pero se nos da más plenamente con la Confirmación. Ahí es donde sus dones se hacen más operativos. Son Dones que nos otorga para nuestra santidad. ¿Y Él los da a todos los que lo reciben? Claro que sí. Pero, para que sean eficaces en cada uno, tenemos que acogerlos y desplegarlos en nuestro interior. Si no lo hacemos es como si abriéramos un paraguas para impedir que su lluvia nos empape. El tercero de estos dones, que da luz a nuestra mente es…
Don de Consejo:
Es como un eco de Dios en nosotros, es esa voz que ilumina nuestra conciencia para encontrar en la vida diaria la respuesta justa a lo que nos sale al encuentro. Nos va sugiriendo lo que es lícito, lo que corresponde, lo que conviene más al alma. De esta manera, nos es más fácil hablar y obrar con rectitud y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Nos hace dejar de lado nuestros criterios personales para que sea Dios el que guíe nuestros pasos. El don de Consejo nos muestra la senda verdadera para no dar vueltas y perder el rumbo. Nos enseña los caminos de la santidad, el querer de Dios en nuestra vida diaria. Nos ayuda a afrontar los momentos duros y difíciles de la vida, y para percibir que las “soluciones de Dios” son las que verdaderamente nos sacan de los atolladeros en los que podemos caer. Nos da la capacidad de guiar a los demás para que, llenos de Dios, afronten las dificultades de la vida.