Para preparar la Solemnidad de Pentecostés con el decenario del Espíritu Santo.
* DÍA SEXTO
“Ven, oh Espíritu Santo, atiéndenos,
Espíritu del Padre, vivifícanos,
Espíritu del Hijo, sálvanos.
Oh Amor eterno, llénanos,
Con tu fuego, inflámanos,
Con tu luz, ilumínanos.
Fuente viva, sácianos,
De nuestros pecados, lávanos.
Por tu unción, fortalécenos.
Por tu consuelo, confórtanos.
Por tu gracia, guíanos.
Por tus ángeles, protégenos.
No permitas jamás que nos separemos de ti,
Haz que el Espíritu Santo sea tu confidente, ten plena confianza con Él, y se volcará contigo. En primer lugar dale gracias: Te doy gracias, Abogado y Consolador mío, por haberme hecho cristiano, por hacer posible que te conozca y te ame, por haberme infundido devoción hacia ti, por haberme colmado de gracias y favores. Después, no tengas inconveniente en pedirle que te ayude a perseverar en su amor, a vivir y obrar en comunión con Él, a hacer fructificar en ti sus dones, a permanecer fiel a sus inspiraciones, a secundar generosamente sus deseos, a evitar lo que pueda contristarlo u ofenderlo, a extender su reinado en todos los tuyos y aquellos con los que te relacionas. Y a contemplarlo eternamente en el cielo. Hoy vemos el…
Don de piedad
Es el don que ensancha nuestro corazón de tal manera que cambia nuestro modo de relacionarnos con Dios. Ya no es para nosotros un ser lejano. Con este don descubrimos, ante todo, su inmensa ternura, y que es Padre. Nos hace sentirnos como lo que somos: sus hijos queridos, sus predilectos. Y, por eso mismo, nos hace considerar a los demás como lo que son: hermanos, hijos del mismo Padre. Quita, por tanto, toda dureza que pueda anidar en nuestro interior, para hacer posible que nuestra relación con Él sea fuente de dulzura para el alma, que capacite para ese trato íntimo, a través de la oración confiada, sencilla, esperanzada, alegre… Nos abre los ojos para que nuestro trato con Dios no sea de mero cumplimiento o rutina, sino que nos dirija a la contemplación, a una unión íntima, especialísima, con Él.