Normalmente necesitaremos de una persona de confianza, que tenga una vida de fe y de oración consistente y probada, que nos pueda orientar para facilitarnos esa amistad de intimidad con Dios. Habitualmente es un sacerdote el que puede ayudar en este sentido.
Para ponerlo en marcha, se puede acudir a alguno de los sacerdotes de los que uno dispone y que le puede entender y orientar, para no estancarse en la vida espiritual, e ir a más en el trato con Dios. Una vez que se encuentra ese “guía espiritual”, “director espiritual” o “quien haga ese acompañamiento espiritual” hay que establecer con él una periodicidad en el tiempo para que se den esos encuentros en que se abre el alma, contando cómo va todo por dentro y, de esa manera, dejarse asesorar para que crezca la amistad con Dios.